viernes, 13 de abril de 2012

INTIMIDADES DEL TEATRO



INTIMIDADES DEL TEATRO

Fot. Jackson Veyan

En el diario Heraldo de Madrid de 6 de julio de 1904 y bajo la rubrica Intimidades del Teatro, Enrique García Álvarez, nos cuenta una anécdota de la vida del teatro, en la que participan en propio escritor, José Jackson Veyan, los músicos Quinito Valverde y Torregrosa , y Carlos Arniches.

“Cincuenta reales y una grita

A los pocos meses de estrenarse La marcha de Cádiz en el teatro de Eslava, de esta corte, encontré una mañana discurriendo por la calle Sevilla con una descomunal pipa en la boca á mi querido amigo y compañero Pepe Jackson Veyán, quien al verme, y después de un cariñosísimo apretón de manos, díjome con voz campanuda y adoptado una postura gallarda:

-Mi buen García de Álvarez: mañana, si nada desusado cambia l natural orden de las cosas, se estrenarán en Guadalajara dos preciosidades de nuestro Teatro contemporáneo: La zapatillas y La marcha de Cádiz. Si sois gustoso de asistir al estreno de vuestra obra en dicha localidad, decidlo, y mañana, al rayar el alba, partiremos.

-¿Qué decís?-exclamé, echando un paso atrás y en el mismo tono caballeresco que.. el amigo de la pipa.

Jackson , por toda respuesta, deposito en mi mano un telegrama, en el que X esplendido empresario del teatro de Guadalajara por aquellas fechas, invitabale á que asistiera al estreno de su última producción, rogándole al propio tiempo que, en su nombre, hicieses extensiva la invitación á los autores de La marcha de Cádiz.

-Le advierto á usted-continuó Jackson que no hay que gastar un solo céntimo.

E imprimiendo ´su persona un movimiento voluptuoso, agregó:

-Desde hoy lo tenemos todo pagado.

-¡Dios mío!-murmuré-¿Será posible?

En aquel momento un golpecito dado cariñosamente en mi hombro derecho me hizo volver la cabeza.

Era un fotógrafo amigo, á quien debía un retrato en platino de cierta tiple que él me proporcionó, el retrato, no la tiple, desgraciadamente.

-Amigo Álvarez-dijo después de hacer una reverencia cuasi palaciega-: muy mucho le agradecería me pagase mañana sin falta aquella visita que usted sabe, porque…

-Este señor no puede hacer mañana visita á nadie, porque estará bastante lejos de aquí.

-Caballero: se trata de una fotografía que el señor es de deberme, y es muy justo que me la page.

-¡Ah! ¿Se trata de una deuda? Usted puede usted estar completamente tranquilo. Desde hoy, el Señor García Álvarez lo tiene todo pagado.

Y dicho este, agárrese Veyancete á mi brazo y echamos á andar calle arriba, dejando al fotógrafo aparentemente tranquilo.

A las cinco de la tarde del día siguiente llegamos á dicha capital, más alegres, que bandada de pajarillos en primavera, Jackson Veyán, Quinito Valverde, Torregrosa y un servidor, dirigiéndonos incontinenti al teatro, donde imaginamos nos esperaría el empresario al frente de sus hueste.

-Verán ustedes cómo nos reciben-decía Jackson, mientras caminábamos con cierta rapidez.

-¿Usted cree?...-balbuceó Quinito.

-Naturalmente; no por ustedes, sino por mí, que vengo a honrar el teatrillo ese.

-¡Caray! Pues muchas gracias-Concluyó Torregrosa, con una cara de vinagre que nos asustó á Quinito y á mi.

No bien anduvimos veinte pasos, cuando nuestro protector, parándose de repente delante de un farmacia, exclamo con alegría:

-Hombre, qué casualidad. Voy á compara bicarbonato, por si acaso.

Y penetro en el establecimiento, seguido de nosotros.

-¿Qué desean los señores?-preguntó atentísimo el mancebo, saliendo de la rebotica.

-Veinte céntimos de bicarbonato de soa.

-En seguida.

Y, efectivamente, en seguida depositó en la diestra del aplaudido autor un paquetito rosa, cuadricular, que ostentaba en su parte superior un sello rojo con unos caracteres en blanco.

Jackson, sacó una peseta de un preciosísimo bolsillo de plata, y echándola sobre el mostrador,

-Cobre-dijo con aire de superioridad.

-Esto no es nada caballero-exclamó el gallardo mancebo, devolviéndole la moneda.

Jackson Veyán se quedo tonto, y después de dar los cuatros, como es natural, las as expresivas gracias por la fineza, abandonamos el laboratorio.

-¿Lo en ustedes?-do Pepe-. Esto es que X, el empresario, ha dado orden en esta capital que no nos cobren nada.

En aquel momento un servido salió corriendo como alma que lleva el diablo.

-¡Eh! ¿Adónde vas?-gritaron asustados Quinito y Torregrosa, al verme correr de aquella manera.

-Ahora vengo; voy á encargarme un traje.

A las ocho y media en punto de la noche alzabase la cortina del bonito teatro de Guadalajara para dar lugar al estreno de la zarzuela de Jackson y Chueca, Las zapatilla, que, dicho sea en honor de la verdad, fue un verdadero triunfo para los autores y los artistas; triunfo que remató Jackson improvisando al final de la obra siete preciosas quintillas ensalzando la muy noble y leal ciudad de Guadalajara y las excelencias de los ( ilegible).

Yo , aturdido por el éxito de mi compañero, corrí al escenario, y después de abrazar efusivamente a la característica, confundiéndola con Jackson, comencé á dar ordenes para que no faltase en la escena ni el más mínimo detalle, pues cato seguido iba a verificarse el estreno de mi obra, y mi orgullo de autor no podía consentir que el éxito de ésta fuese, ni un pequeño punto, menor que el de aquella.

-¿Han traído el verde?-pregunté azorado á mi querido amigo Enrique Chicote, que era el primer actor y director de la compañía.

-Si, hombre; no te apures.

-¿Están preparados los huevos que tiene que batir Teodorico en su primera escena?

-También.

-¿Y el clarinete?¿Dónde está el clarinete que tiene que tocar dentro?

-Servidor de usted-contestó un sujeto alto, escuálido, de cuyo rostro destacabase unas descomunales gafas verdes, que vestía una americana que parecía un gabán y unos pantalones que parecían un americana.

-Muy bien. ¿Es usted el clarinete encargado de la melopea?.

-Sí, señor.

-¿Ha estudiado usted su particella?

-nNo, señor; no he estudiado nada.

-¡Caramba, qué contratiempo! Bueno; ya sabrá usted que cuando avisen, tiene que tocar dentro un motivo cualquiera. Si es usted tan amable, hágame el obsequio de tocar una cosa bonita.

-Si le parece á usted, tocaré el espíritu gentil.

-No, de ninguna manera; eso s muy lento y yo necesito un tiempo mas vivace.

-Pues si me lo permite se lo tocaré en tiempo de pasodoble.

-Quite usted, hombre de Dios; entonces no van á conocer que es el espíritu gentil.

-Sí señor, por que yo me asomare por un caja y diré: “espíritu gentil, ejecutado en clarinete y en tiempo de pasodoble por el distinguido profesor Sr. Recañez”

-¡Ande usted y que lo zurzan!...¡Este hombre me va a matar el efecto de la situación cómica…Bueno, bueno; colóquese usted aquí y , cuando le avise el traspunte, toque usted lo que se le ocurra; pero sin anunciar nada.

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Por fin alzosé la cortina en medio de un silencio sepulcral, y comenzó la representación.

Yo maquinalmente, empecé á retorcerme las guías del bigote y á tirar de ellas como si fueran de un amigo.

Siempre que estreno me sucede lo propio.

Así que me va quedando el pobre, que parece que los he comprado a plazos.

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El primer y segundo cuadro de la zarzuela pasaron sin ningún incidente digno de ser mencionado; pero, ¡ay! Que no sucedió lo mismo en el tercero.

La escena en que Pérez encierra en la despensa el clarinete, para que lo toque dentro mientras él, en escena, simula que lo hace, engañando con esa estratagema á un auditorio, se hizo tal como marca el ejemplar. El actor encargado del papel del clarinete hizo un mutis, avisando al individuo de las gafas verdes que estuviera preparado para tocar en cuando le avisase el traspunte.

El hombre acercó la boquilla del clarinete a los labios, y esperó.

Pero sin duda estaba de Dios que no tuviera esta escena lucimiento en Guadalajara, y llegado el momento en que el clarinete tenía que tocar, ni en vivo ni muerto precia por ninguna parte el traspunte.

Es costumbre, siempre que se representa dicha obra, que éste se coloque detrás de la puerta, para evitar que se abra cuando Pérez da la patada que sirve de señal, y , ¡es claro! Llego Chicote, dio un puntapié terrible a la puerta ., ésta se abrió violentamente, empujando con fuerza el clarinete, el cual se deslizó con rapidez pasmosa por la garganta del distinguido profesor, después de haberle hecho un verdadero destrozo en la dentadura.

Recañez lanzó un grito desgarrador.

En aquel critico momento llegué yo , y , sin darme cuenta de lo ocurrido, grité como un desesperado:

-Toque usted, por María Santísima, aunque sea el espíritu gentil.

Y revolviéndose como una fiera herida, al mismísimo tiempo que me daba con el clarinete en mitad de las narices, exclamó aquel hombre:

-Que toque su tatarabuelo.

Y escapó á correr, gritando como un loco:

-¡U medico!¡Que me traigan un médico!.

Un ruido ensordecedor se escucho en la sala.

Era el respetable publico, que viendo que no salía ningún personaje y ajeno á lo que ocurría entre bastidores, comenzó á dar bastonazos en el suelo, ni más ni menos que si tuviera el encargo expreso de (ilegible).

Yo caí desvanecido entre los brazos de una parquitina, bastante guapa, que me los tendió , dulcemente, al mismo tiempo que un bajo de coro me decía con cavernosa voz:

-Don Enrique no lo tome usted tan á pecho…que es mi señora.

...

Al día siguiente, camino de Madrid, nos decía Jackson, mullidamente arrellanado en un asiento de tercera clase la mismo tiempo que sacaba la cabeza de un pliego de papel barba, en el que paso tres cuartos de hora haciendo número.

-Tienen ustedes que darme cada unas doce pesetas cincuenta céntimos.

-¿Por qué?-exclamo lívido Torregrosa.

-Po los gastos de fonda.

-¿Pero no decía usted que lo teníamos todo pagado?-me permití recordarle.

-Eso creí yo-contestó Jackson, echando lumbre por los ojos-, porque nunca supuse que se cometiese por un empresario de provincias tamaña incorrección con cuatro jóvenes de nuestra importancia.

Al apearnos del tren en la estación de Mediodía encontramos á Arniches con su maletín en la mano.

-¿Dónde vas?-le preguntó Jackson.

-A estrenar Los descamisados á Guadalajara.

-¿Llevas mucho dinero?

-Pues…seis reales, porque me han dicho que allí lo tengo todo pagado.

Yo , al oír aquello, le agarré de un brazo, le conduje hasta un simón, y deje al cochero:

-Al escape; Génova, veintisiete.

Carlos Arniches me debe no conocer la cárcel de Guadalajara.”


Fot. E. García Alvarez y Carlos Arniches


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